martes, 27 de octubre de 2009
¡Hay camotes! El arte del pregonero
Yo crecí en un entorno rodeado de vendedores ambulantes; cada mañana me despertaba el sonido que hacían con los tubos al estar armando sus puestos. Durante todo el año se vendía mucha ropa y fayuca. El 5 de enero cerraban las calles toda la noche para que los Reyes Magos compraran a sus anchas. La calle siempre estaba llena del ruido provocado por la música y los gritos de los vendedores ofreciendo su mercancía:
- ¡Qué tallota, qué tallota!
- ¡Bara, bara, bara!
- ¡Aquí sí hay, aquí sí hay, aquí sí hay!
Combinados con la ruta de una línea de micros:
- ¡Tlacotal ciento dos, ciento diez, ciento doce, Plutarco, La Viga, clínica treinta!
El que más gritaba era el que más vendía. Un día construyeron unas jardineras en las banquetas y reubicaron a los ambulantes. Desde entonces el comercio en esa avenida prácticamente desapareció.
El caso es que esa forma de ofrecer los productos siempre me ha llamado la atención: el de los tamales oaxaqueños, el que arregla cortineros, el silbido estridente del carro de camotes, el ropavejero, el merolico y muchos otros que le hacen honor a la forma más antigua de promoción.
No es fácil hacer mensajes "hardselleros" que contengan cierta chispa creativa. Las campañas que he realizado para clientes como autoservicios, bancos y líneas aéreas han sido un reto porque la batalla por la venta en los medios es despiadada.
Espero que todos estemos claros que el objetivo de la publicidad es vender. No es divertir ni demostrar lo inteligentes que somos. La desventaja de esta postura es que nadie se ha ganado un premio por decir que el jitomate bola está a $10 el kilo.
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